domingo, 10 de octubre de 2010

¿Dónde está Alicia?


El gusto es una construcción, de eso no hay duda. Constantemente, al escuchar en el viento voces graves y agudas que pronuncian algo relacionado con lo que se denomina “normal”, un escalofrío me persigue, el corazón bombea más de lo habitual y los sentidos se multiplican. ¿Normal? ¡No es normal! Esa extraña cuota de moral pop que toca a todos los individuos en la misma tecla. Dioses en tierra, moralistas en los cielos. La historia cíclica, poniendo fichas tras fichas en una edificación que no sabe hasta donde podrá llegar. La arquitectura de un mundo “normal”, que avanza o retrocede según diversas perspectivas, que se reconfigura, se desarma y se vuelve a armar. Nunca podremos despegarnos de la Antigua Grecia. Los mitos, los todopoderosos, la cultura esparcida, las pulsiones verdaderas, la esclavitud: un sin fin de Olimpos. Sísifo y su piedra[1], Prometeo y el fuego, Pandora y nuestro castigo permanente (bendita seas). Todo recae al absurdo, no hay principio de razón. “Pienso, luego existo” cayó lentamente una tarde de otoño, quedando bajo un manto de hojas secas, amarillas y verdes, pisoteada por peatones corrientes y apurados, camino a un destino incierto. “Gozo, luego existo” se levanta día a día en estos tiempos paranormales. El ridículo y la sonrisa en función. No siempre aparecen con claridad las dos caras del teatro. Sobra la escena urbana, donde todos desempeñamos diversos roles, acompañados de bolsos o carteras bajo el brazo, cargando un número de máscaras diferentes, simplemente actuamos. Inconscientemente o con una leve consciencia banal, jugamos a sorprender, colgando como marionetas o usando ropas de colores vivos y penetrantes (intimidad o exhibición, todos vivimos esto)[2]. En la acrobacia uno se puede caer, habrá que correr el riesgo. Saltar. ¿El ridículo será la verdad oculta? ¿Seguiremos en la caverna observando sombras o simplemente seremos tan solo oscuridades lejos de la caverna?



[1] El mito de Sísifo (Le mythe de Sisyphe) (1942)

[2] Véase “Patas para arriba. La escuela del mundo al revés, Siglo Veintiuno Editores, México, 1998. Galeano, Eduardo

domingo, 3 de octubre de 2010

Límites indestructibles


El tiempo parece detenerse cuando tropezamos en algún recuerdo perdido en las casillas internas. La arena no cae, la aguja no se mueve dejando un naranja enceguecedor, un sol en coma, la esencia de Borges congelada. El recuerdo vence la moral, acercándose lentamente de la mano con tonos de perfección. ¿La perfección existe? ¡Por supuesto! La mezcla de eternidad contemporánea, donde unos pocos minutos o segundos son completos, un sin fin de unidades funcionales para dejar una huella dentro nuestro. La memoria es la evidencia de una vida[1]. Ahora, en este minuto, la metamorfosis entre lo que pasó y lo que pasa está presente. El mélange producido es parte de nuestra vitalidad, nuestra intención inconsciente de burlarnos del tiempo y de lo establecido: la revolución a-histórica temporal. Las esferas se cruzan, se chocan, se unen. Dentro de este orden, un sin fin de imágenes van apareciendo lentamente, completando el blanco que nos queda al cerrar los ojos. No solo pensaremos en esta imagen trillada, donde uno cierra los ojos y sonríe o llora mirando un cielo imaginario. ¿Dónde queda el “deja vu”? Algo sucede, y una suerte de “aura” nos rodea[2]. No vamos a conversar con Benjamin, ya que el “aquí y ahora” correrá por la experiencia previa de cada uno. Es interesante el momento o la sensación de empezar a recordar. Un recuerdo nos puede agarrar por sorpresa, como un ladrón de guante blanco que no deja rastro. Un cartel, un nombre, un número, una palabra o lo que repercuta dentro nuestro. Vivimos rodeados de disparadores de recuerdos, la lucha constante entre lo que pasó, lo que es y lo que vendrá. Es difícil poder manejar esta disputa constante. La melancolía se esconde bajo nuestra capa de los tiempos vividos, dejando como presas fáciles a aquellos conservadores nostálgicos, que se hunden lentamente en la arena que no cae pero envuelve, no poder diferenciar con claridad lleva a un daltonismo temporal, donde algunos se pierden con tanta luz, cargando un desierto que se expande: adiós a las fronteras.

Límites. El recuerdo también trae una suerte de metafísica que nos invade. Siempre la idea de “eternidad” se mezcla con un clima de religión, llámese “el descanso eterno” o “la vida en el más allá”. En el cliché descansan una suerte de instrucciones para recordar, una guía irónica que Cortázar pudo haberle pronunciado a “La Maga” tomando mate mirando como corría La Seine. Cerrar los ojos, y ver como los espacios se van completando, dentro de un gran rompecabezas (algunos serán rompecorazones), formando o deformando imágenes pasadas que están ahí, escondidas dentro nuestro. El recuerdo también trae ese instante juvenil, obviamente porque todo pasado promueve entusiasmo, pero por sobre todos los motivos, porque se queda marcado sin ser ese su objetivo. Ningún momento nace con la meta de quedar palpable mentalmente. Aparece, como esos golpes que quedan patentes, testigos de una torpeza o de una acción desinteresada.

El recuerdo nacerá de la nada, no necesita ser llamado o encargado, sino que simplemente aparece. Bajo nuestra cáscara, el tiempo deja de existir, nosotros gobernamos, creando nuevos panoramas internos: amos y señores, el momento donde somos libres condicionalmente, ahí entra el recuerdo, autonomía temporal, en la eternidad presente. ¿Te acordás?



[1] Confieso que he vivido. Memorias. Barcelona, Seix Barral, 1974

[2] Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit (La obra de arte en la era de su reproducibilidad técnica, 1936)