“Hay cuatro tipos ideales: el cretino, el imbécil, el
estúpido y el loco. El normal es la mezcla equilibrada de los cuatro”
Eco, Umberto
“El péndulo de
Foucault”
La madera cruje, desgarra, finalmente se rompe. El escenario se
quiebra, el público se mira, expectante, deseando que lo que sucede es parte
del programa. No hay escenario, no hay actor, un vacío corre por la sala. Ya
nadie ve, la sala sigue oscura, con las luces en el escenario. Algunos se ponen
de píe, desde lejos se escuchan tímidos aplausos. Un grito despeina el poco contraste
que queda en la cabeza de un joven, una señorita llora. Las luces del escenario
se apagan, la sala queda oscura, se escucha una caída, una sonrisa juvenil
atraviesa una butaca. Los ojos se acostumbran, se siente frío, una soledad
extraña sin color. La luz reaparece sin previo aviso, los ojos duelen, el
cuerpo lastima. No se ve el escenario, todas las luces descansan sobre los
espectadores. Ahora empieza la escena, el público y los personajes, los
personajes son públicos. El joven de poco cabello corre gritando, se para sobre
una butaca vacía y grita. Se arranca los pocos pelos que tenía en su cabeza, se
desnuda frente a todos. Muy pocos lo observan, la señorita sigue llorando,
ahogada en luz, perdida, siendo consciente de que la luz no le devolvió su
lugar, sigue perdida, está sola y todos pueden verlo. Un señor de corbata roja
y saco celeste se levanta despacio, como quien termina su día laboral. Sus
pasos son lentos, pensados; pierna derecha, pierna izquierda, pierna derecha, pierna
izquierda… Algunos seguían con la mirada clavada en el joven calvo sobre la
butaca, cuando de repente se escucha un grito que va desapareciendo. El hombre
de corbata roja y saco celeste se aventó por el agujero que había en el
escenario. Se escuchó un golpe seco por un segundo. Un hombre limpiaba sus
anteojos con un pañuelo blanco que llevaba sus iniciales bordadas en amarillo.
Éste acto se había vuelto una suerte de tic,
ya que cada exactos quince minutos, efectuaba esta acción. Sus compañeros de
trabajo sabían que cuando el ya había limpiado sus anteojos cuatros veces, una
hora había transcurrido. Realmente no necesitaba sus anteojos, pero sentía que
lo rodeaba un aura especial al limpiarlos, simulando estar pensando alguna cosa
interesante. Desde que leyó un cuento de Poe, se prometió usarlos día y noche,
con tal de no perderse ningún detalle. Los cristales le brindaban un aumento
innecesario, por lo cual el pensaba que veía más; lógicamente, no veía claro.
No se había dado cuenta que un hombre se encontraba desnudo, que otro había
saltado por el hueco del escenario, pero mantenía ese gesto de limpieza cada
quince minutos, simulando resumir en su mente alguna conclusión interesante y
novedosa.
Se escucharon unos fuertes aplausos, un hombre negro vestido de
blanco aplaudía de pie, formando el contraste, deformando la escena. Se dirigía
a la salida, continuaba aplaudiendo. Se oía lentamente como los aplausos iban
desapareciendo.
Miradas pérdidas y más de dos máscaras.
(Dibujo: Tomás Menéndez - 2011)
Más información: http://tomasmenendezdibujos.blogspot.com/ )
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